JASY Y KUARAHY -Por GINO CANESE- MITOLOGIA GUARANÍ
El cacique Kupyratï (piernas con espinas) y su tribu ocupaban la privilegiada loma Itapytä. Tenía dos esposas y 18 hijos. De sus 8
hijas, la más bella era Jasy (Luna), que había llegado a la pubertad, por lo que su
padre pensaba que debía casarse ya. Muchos hijos de los caciques vecinos que
ambicionaban unirse en matrimonio con la hermosa Jasy, empezaron a presionar a sus padres
para que la pidieran para esposa de ellos. (para leer mas, click en Read User)
Cada vez que Kupyrä hablaba a Jasy sobre el pedido matrimonial de los hijos de los caciques vecinos, Jasy le respondía:
Cada vez que Kupyrä hablaba a Jasy sobre el pedido matrimonial de los hijos de los caciques vecinos, Jasy le respondía:
-Todavía no quiero casarme che ru (padre mío). Soy demasiado joven.
Déjame estar más tiempo a tu lado.
Su padre, que la quería tanto, no insistía sobre el tema, y se limitaba
a abrazar a su amada Jasy.
Jasy llevaba, por lo tanto, una vida alegre y feliz. Paseaba en los
bosquecillos vecinos, las más de las veces sola, corriendo detrás de las bellas
panambí hovy (mariposas azules de alas fluorescentes), intentando cazarlas,
para lo cual esperaba que se posaran sobre las flores, a las que se acercaba
muy sigilosamente por detrás, para tomarlas desprevenidas cuando tenían las
alas plegadas. Otras veces se extasiaba admirando la enorme variedad de activos
zorzales de espléndidos colores, aves canoras cuyos gorjeos había aprendido a
imitar.
Mientras Jasy caminaba en los montes en los de las zonas vecinas a las
viviendas de su tribu, no corría ningún peligro, ya que los kario tenían la costumbre de eliminar la
maleza alrededor de sus casas para ahuyentar a los enemigos más temibles de la
selva como son los mbói (serpientes) y los jaguareté (tigre americano, yaguareté). Los otros
animales eran inofensivos en su mayoría y por lo general huían ante la
presencia de cualquier indígena que se le acercara. Así podía Jasy disfrutar de
las piruetas del cómico ka’i (mono pequeño), de la curiosidad del aguara (zorro), del andar silencioso del
esbelto guasu
(venado,
de la frenética huida del apere'a (conejillo de India, del saltarín y juguetón tapiti (liebre) y de la mykurë (comadreja), temible ladrona de
huevos y pichones de las aves.
Fue así, en cierta ocasión, cuando Jasy corriendo detrás de un esbelto guasu se internó en el bosque, cuya entrada
le estaba prohibida por su padre. Después de andar mucho tiempo sin poder
alcanzarlo, el animal desapareció de su vista y Jasy se encontró de pronto sola en medio
de la selva. Miró para todos lados y no pudo reconocer el camino de retorno.
Dio vueltas y más vueltas, pero todo era igual, altos árboles que no dejaban
ver el sol ni tampoco el cielo para poder orientarse.
Ruidos atemorizantes la rodeaban por todas partes. De pronto escuchó el
grito de alarma del karaja (mono aullador, ) dando la voz de alerta a sus compañeros simios,
quienes saltando de rama en rama huyeron despavoridos.
El peligro que anunció el aullido del jefe de los monos era signo seguro
de la presencia del enemigo más temible de múltiples ocasiones que tuviera
cuidado con los tigres y que en caso de peligro se subiera a un árbol alto con
tronco sin ramas bajas para que el animal no pudiera alcanzarla.
Buscó un árbol que reuniera esas condiciones pero no vio ninguno a su
alrededor. Por de pronto no escuchaba los rugidos de la bestia, que ella
imaginaba que estaría acechándola. Empezó a caminar, evitando producir ruido
alguno, pisando suavemente el suelo, luego de separar las hojas secas y cortas
ramitas con los pies, escudriñando el bosque, tratando de encontrar el árbol
salvador. No tardó mucho en ver que a menos de veinte pasos frente a ella se
erguía un hermoso ejemplar de tajy (lapacho, árbol grande de madera dura), cuyas ramas más
bajas estaban por encima de los más elevados saltos que pudiera dar el felino. Jasy queriendo llegar lo más pronto posible
junto al tronco de ese árbol, olvidó la precaución de caminar con sigilo, y
empezó a correr, pero tuvo la desgracia de pisar una rama seca que se rompió
bajo el peso de su cuerpo, produciendo un fuerte ruido seco que inmediatamente
atrajo a la fiera, que al parecer ya había olfateado su presa y la estaba
siguiendo, la que en el acto surgió con su maligna y aterrorizante figura
detrás del mismo árbol al que se dirigía. Ambos, el feroz depredador y su
temblorosa presa, se miraron fijamente a los ojos. Jasy sintió que el fuego de esa mirada le
penetraba en todo su ser y que le inmovilizaba las piernas. Quiso huir pero no
pudo hacerlo, quiso gritar para pedir auxilio, pero no consiguió emitir sonido
alguno. El jaguareté
al darse
cuenta de que Jasy ya no se movía, porque estaba paralizada por el miedo, empezó a caminar
lentamente, como solo saben hacerlo los felinos y, se acercó a su víctima,
hasta una distancia que le permitiría alcanzarla mediante una breve corrida y
su salto final. Jasy estaba inerme, sabía que no tenía alternativa alguna y en el corto
tiempo que a Jasy le pareció un siglo, inició la carrera para abalanzarse sobre ella,
instante en el cual una certera flecha cruzó el aire y se insertó justamente en
el tórax del animal, atravesándolo de un costado al otro, que lo hizo caer
retorciéndose de dolor en el suelo, para quedar al poco tiempo inmóvil en él. El grito de victoria de un cazador se oyó a
unos pocos pasos de donde estaba la temblorosa Jasy y el animal inmóvil.
Ese alarido del nativo la despertó del letargo en que se encontraba y
miró hacia su lado derecho. Allí pudo ver a un joven indígena, a quien no
conocía, que mediante gritos y danzas festejaba su victoria sobre la bestia. El
cazador, con otra flecha lista en el arco para lanzarla de nuevo, se acercó al
animal, pero viendo que éste ya no se movía, tomó un palo y lo golpeó.
Convencido que el jaguareté estaba muerto se acercó a Jasy y le preguntó:
-¿Qué estabas haciendo sola en este bosque? ¿No sabes que es peligroso
entrar en él?
Jasy reconociendo que había obrado mal, no contestó la pregunta que el
esbelto joven le hizo. Este volvió a preguntarle:
-¿De qué tribu sos, dónde vivís, quién es tu padre? Jasy le contestó:
-Yo vivo en la costa del río sobre un yvytymi (cerrito) de itapytä (piedras rojas). Mi padre es el
cacique Kupyratï
-Con que vos sos la hija del famoso cacique Kupyratï de la loma Itapytä -exclamó el indígena y después de
mirarla un largo rato agregó-: Entonces vos
debes llamarte Jasy ¿No es cierto?
-Sí -le contestó Jasy-. ¿Cómo es que sabes que yo soy Jasy, ya que es la primera vez que nos
vemos?
-En todas las tribus vecinas y aún en las más alejadas, no se habla de
otra cosa, entre los jóvenes, que de la bella Jasy que todos ambicionan por esposa. Mi
padre ha hablado personalmente con el tuyo, pero éste le dijo que vos no queres
casarte todavía -le contestó el broncíneo mancebo.
-Es cierto, quiero esperar dos o tres arajere (años) más -le respondió Jasyy agregó-: Ahora que me salvaste de una
muerte segura, no sé cómo agradecerte a vos que arriesgaste tu vida en tan
valiente como peligrosa acción sin conocerme.
Le pediré a mi padre que te invite a vos y a toda tu familia, para que
vengan a mi casa, en donde los agasajaremos. Para ello necesito saber cuál es
tu nombre y el de tu papá.
-Yo me llamo Kuarahy (sol), soy el hijo mayor del cacique Hu 'y akuá (flecha veloz). Vivimos en las orillas
del arroyo Jukyry
(agua
salada). Hoy estuve cazando en la selva siguiendo el rastro de un jaguareté cebado. Cuando vi que la feroz bestia
iba a atacarte armé la flecha en el arco y en el instante en que saltó sobre
vos le disparé.
-Tuve mucha suerte de que llegaste a tiempo para salvarme la vida
-expresó Jasy.
-Estoy muy contento de haberlo hecho –respondió Kuarahy y concluyó diciendo-: Te acompañaré
hasta el camino que vos conoces para volver a tu casa. Sígueme, no te retrases.
Mientras iban andando Kuarahy no volvió a dirigirle la palabra a Jasy. Recién cuando llegaron al límite de la
selva se dio vuelta y le dijo:
-¿Conoces ya este lugar?
-Sí, ya lo conozco- le contestó Jasy.
-Bien, antes de despedirnos -preguntó Kuarahy-. Quiero saber una cosa. ¿Puedo volver a
verte en este mismo lugar algún día?
Jasy, que se sentía atraída hacia Kuarahy no solo por haberle salvado la vida
sino además por su personalidad tan sincera y cordial, le contestó
inmediatamente:
-Yo vengo casi todos los días a pasear por aquí. Mañana, desde la salida
del sol, estaré caminando cerca del arroyo que atraviesa este campo, en cuya
orilla, a la sombra de dos enormes yvapurü (árbol de frutas negras comestibles,
adheridas al tronco), saboreo sus ricas y dulces frutas, mientras me baño en
sus frescas aguas.
-Mañana vendré a verte sin falta -le respondió Kuarahy y agregó-: Adiós hermosa Jasy.
-Adiós valiente Kuarahy
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